Tras
el abandono por parte de los Lumière de su propio invento, fue George Méliès el
verdadero pionero en utilizar el cine como instrumento para narrar historias.
Este hecho es más crucial que los numerosos trucos mecánicos y ópticos que, con
menor o mayor acierto, fue capaz de desarrollar. Aunque sus películas son
simples en cuanto a argumento, estaba sentando las bases de lo que iba a ser la
industria del cine.
Las
primeras producciones de Méliè
s se limitaron a explotar la fuerza intrínseca de la imagen en movimiento incorporando pequeños trucos visuales que el mago de Montreuil fue descubriendo. Pero, a diferencia de los hermanos Lumière, Méliès se atrevió a desarrollar argumentos narrativos más complejos. A partir de 1907 su películas desarrollan un argumento durante varios minutos, con una veintena de planos, que se suceden en el tiempo como escenas o cuadros que cambien por necesidades del espacio. En varios de sus filmes como ¡A la conquista del Polo! sugiere movimientos a partir de trucos como mover los decorados.
Viaje
a la luna (Le voyage dans la Lune, 1902) es tal vez la primera superproducción
de la historia. Se organiza en once secuencias, la mayoría de ellos rodadas en
un solo plano general con una cámara fija. Aunque está basada en la conocida
novela de Julio Verne, toma elementos de varios espectáculos de ilusionismo que
había hecho el mago de Montreuil en el teatro hacia 1891 (Las caras de la luna,
Las desventuras de Nostradamus) y de películas suyas anteriores como La luna a
un metro (La Lune à un mètre, 1898). La película carece de rótulos explicativos,
aunque la Star Film redactó un folleto explicativo destinado a los explicadores
de las salas (relatores que leían los intertítulos o explicaban lo que iba
ocurriendo). Los decorados son tanto tridimensionales como dibujados y abundan
todo tipo de trucos (maquetas, sobreimpresiones, desapariciones por pasos de
manivela, ...).
La
secuencia quinta, cuando la nave se empotra en el ojo de la luna, es una de las
imágenes más representativas del cine de todos los tiempos. La caída de la nave
por su propio peso desde la luna hasta el mar y el rescate de la expedición
pone un colofón absurdo pero brillante al filme.
La
película de Méliès, que interpreta el papel de uno de los sabios, carece de
cualquier intención realista y se inclina hacia la creación de un relato
fantástico con numerosos golpes de efecto que intentan sorprender al
espectador, desde bellas mujeres recostadas en las estrellas hasta explosiones
inexplicables.